Un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que se notase agresivo debería clavar uno en la parte trasera de la cerca.
El primer día el muchacho clavo un total de treinta y siete.
En las siguientes semanas - de modo progresivo- fue controlando esos momentos de ira con lo cual el número de clavos iba disminuyendo gradualmente.
Descubrió que era más fácil controlar su temperamento que poner aquellos clavos en la cerca y finalmente llegó el día en que el muchacho consiguió controlar esos arrebatos de agresividad.
Muy satisfecho se acercó a su padre contándole que había conseguido aniquilar esa actitud. Él se alegró, y le propuso que en adelante por cada día que pasase sin violentarse o manifestar agresividad quitase un clavo. Al cabo de unas semanas el muchacho había quitado todos los clavos y de nuevo se dirigió a su padre para informarle.
Él tomó a su hijo de la mano y lo condujo a la cerca. Le dijo:
-"Lo has hecho bien, hijo, pero observa los huecos en la cerca. Nunca volverá a ser la misma.
Cuando dijiste cosas enfadado dejaste cicatrices como éstas".
Juan Carlos.
Fuente: La red de redes.